18 de junio de 2007

Duero


Una a una, bajando la escalinata de piedras sobrepuestas,
una a una sin ayuda de cemento, tan solo puestas sobre la tierra,
así son las escaleras que bajan desde la Catedral hasta la ribera del Duero,
Para encontrarme con aquel que durante años me atrapo por sus misterios.
Una a una son las calles que surco para abrazar el aire que me hace estremecer,
las calles que bajan a sus margenes cual laberinto, demarcadas por el gris de sus casas con resistencia de piedra que emergen como boceto de una exquisita pintura,
por su historicidad, protegidas por la ley de Patrimonio histórico.
Todo huele a viejo, misterio y soledad.
Pero a medida que desciendo por esa escalinata de miles de bloques de piedra,
que forman la escalera, vez y hueles un aire que no puedes discernir en esencia,
entre el río que rasga la ciudad, o el mar que espera a ese río abrazar.
Ese es mi Duero del cual no puedo escapar, parada obligatoria para la musa.
Ese viejo Duque, que a miles de niños enseño el arte de cruzar el lecho del río,
ve complacido tarde a tarde como aquellos pequeños se lanzan en caída libre,
desde los taburetes del puente Don Luis a las entrañas del Duero,
Para atrapar una moneda lanzada al viento por algún curioso forastero del lugar.
Tarde tras tarde recorro toda la margen del Duero hasta el limite
donde el río concluye su recorrer y el mar le espera,
para en efervescencia fundirse dos esencias tan antagónicas.
Así recorro su camino sintiendo en la piel la bruma, de la esencia viva de un pueblo netamente pescador.

Orgullosa de Ser Venezolana