Abro mis manos, y vuelco hacia el infinito el rastro de aquello que un día rasgo mis vestiduras de infante. Levanto al mundo y alzo las alas de cisne, que se transfiguro para ser radiante ante el mirar humano.
Busco en el tacto el despertar de los sentidos, en lo alto de mi cabeza, las caricias del sol. Todavía quedan labios, que dejen en los tuyos la miel, ojos que miran las cosas que renacen cada día.
Brazos que se alzan en vuelo cual ruiseñor. Aún queda un cuerpo de mujer que estremece ante unas caricias, que humedece todavía.
Siempre concurrirá el rocío en la rosa mañanera en la secreta enramada de mi bosque ya desnudo ante tus abrazos arropándome y ciñéndome al traje nuevo.
Apresura tus pasos entonces, trata de no llegar tarde Amor mío, pues otro al asecho en la noche mas oscura escondido entre las sombras de me cuerpo silente espera tu ausencia.
Tal vez nunca llegues perdiéndote en la ensenada del camino, mientras yo me quede sola en el paso de las horas de la noche hasta que de algún lugar de la nada, esa sombra al asecho adquiera cuerpo que me abrace.
