Día a día trás la soledad de mi mundo inquieto, ardiente de vivir, abría el cofre de mi existir en muchas ocasiones. Disfrutaba de las centellas mágicas que, al abrirlo, revoloteaban a mi alrededor. Algunas de ellas transportaban a bellas historias envueltas entre fantásticas hadas, que aleteaban entre los pétalos de flores embellecidas por corpúsculos de metáforas y alegorías de bellas poesías. Otros eran los sueños que portaban en sus hombros a diminutos duendecillos, que esparcían lindas imágenes entre juegos de espejos de la realidad y reflejos de lagos de utópicos ensueños. En la soledad contemplo extasiada muchas veces el colorido de sus luces, con su sutil aleteo. Día a día abría aquel cofre, que me transportaba a los recuerdos de mis sueños y de imagenes vividas.
Alguna vez las centellas titilantes parecían suspendidas en el tiempo, esperando un nuevo viento favorable que agitara sus alas suavemente. Muchos sueños cansados de sus vuelos, o simplemente queriendo emprender nuevas rutas, no regresaban al cofre. Sentía la pérdida, pero creía que no se debía cortar las alas a nadie. Tan sólo se que en mi soledad de paredes blancas, siempre alguien me acompaña, entre centellas de luces, y al cerrar el día cierro también el cofre de recuerdos y sueños.
